jueves, 16 de septiembre de 2010

Disculpe... nunca empiezo a escribir si no sé como empezar. El otro día mismo, sin ir más lejos, me puse a contar los motivos que tenía para seguir viviendo. La causa y el efecto fueron el mismo nombre de cuatro letras que llevaba por alias "VIDA". No supe coordinar los pasos nunca para bailar con ella, pero ella me perseguía, yo salía corriendo, ella siempre estaba ahí. A veces tan coqueta, a veces tan arruinada, a veces tan reflejada en mí. Una vez... me tendió la mano. Y yo, alargué mi brazo derecho para invitarme a oler su perfume. Erguida, como si de ella dependiera mi existencia, me rodeó, embelesó la piel apenas erizada años atrás.

Fue entonces, cuando decidí que con o sin ella, morirían mis celulas, mis glandulas, mis organos interno-vitales, mi alma partida ya en 34 pedazos y pico.

Y así quedó mi unánime cuerpo físico, sobrevolando algunos vientos de alguna bohemia ciudad (como podría ejemplificar con París). Le diré más, me dejó mi mujer por tener 4 o 5 manías fuera de lo común como cobijar a gatos salvajes en casa (teníamos cerca de 15 gatos en 70 metros cuadrados), otra era escuchar grupos de música a viva voz (en especial coplas y pasodobles), aunque lo que más me gustaba hacer era colocar 4 sillas delante del televisor y creer que era un director de cine, un cineasta desequilibrado que le explicaba a las series de sobremesa lo que tenía que ir ocurriendo a medida que yo les indicaba ejercitando los brazos de un lado a otro.

Como le decía, mi mujer me dejó y plasmó una carta sobre la palma de mi mano. En ella ponía esta dirección y aclaraba en letra arial de color negro "La parte de mi que estaba contigo, está en el Tanatorio Municipal". Tampoco eso fue lo más grave, pero le terminaré de explicar alguna de mis historias cuando realmente sucedan.

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